No quise añadirlo a la experiencia del viaje, no, me negué. Prefiero quedarme con lo bueno, dejar lo malo o, mejor dicho, lo no tan bueno para un post a parte. Quedará como aprendizaje, como experiencia y nada más.
Resulta que aquel viaje pintaba mal desde antes de salir. Tres días antes, mala con fiebre y gripe. Pastillas, jarabes, pastillas.. para curarlo cuanto antes, tenía tres días y a base de sopas, manta, cama y descanso fui recuperándome poco a poco. El día antes al viaje continuaba con fiebre. No podría estar pasándome esto a mí, a mí que lo llevaba organizando desde octubre, cuatro meses antes de la fecha del viaje. Todo organizado, bus, hotel, concierto, recorridos con todo lo que ver. No podía ser verdad esto que me ocurría. Pero vaya que si lo era. Los dos días anteriores ya me fui haciendo a la idea de que no iría, la fiebre no bajaba de 38 grados y me iba a ser imposible ir. Lo que más lamentaba, el concierto y el dinero ya invertido que no podrían devolverme. Pero sobretodo, el concierto.

Al día siguiente cogí el autobús de regreso a casa, tras un fin de semana muy deseado y no tan aprovechado. Todo fue perfecto, bueno todo, todo exceptuando la fiebre y el concierto anulado. Nada ha sido perfecto, tan solo ha sido. Ha sido un viaje, nada perfecto pero tampoco imperfecto. La ciudad era espectacular, cada uno de sus rincones era un monumento.
Y así, es como hay que creer en el destino. La mala suerte solo está en quienes creen en ella. Si las cosas pasan son por algo. A aprender de las experiencias y para la próxima a volver a decidir...
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